La Pascua, un buen momento para renovar la fe.
Cada vez que de una u otra forma nos quejamos de nuestra
vida o nuestra situación, estamos manifestando nuestra falta de fe. Estamos
diciendo que las cosas no deberían ser así, que alguien está haciendo las cosas
mal. Y es verdad, cuando no nos sentimos
bien es porque alguien está cometiendo un error; sin embargo, en vez de partir por
preguntarnos cuál es el error que estamos cometiendo, nos concentramos de
inmediato en analizar detalladamente la situación y nos lanzamos obsesivamente
en busca de la forma para revertir las desagradables circunstancias en las que
nos vemos envueltos, sin siquiera preguntarnos qué fue lo que hicimos para caer
en el problema. Esta actitud, que
aparenta ser muy natural, es una clara muestra de nuestra falta de fe, pues
partimos de la base que somos víctimas injustas de lo que los demás nos han
hecho; y por ende, que estamos siendo víctimas de la incapacidad de Dios para
librarnos del injusto trato que estamos recibiendo.
No digo que ante una circunstancia adversa no debamos desear
que la situación cambie; sin embargo, es de vital importancia tener claro: Qué es
lo que debe cambiar.
Supongamos que nos sentimos miserables porque estamos
rodeados de gente desagradable y desconsiderada. Entonces, podemos obsesionarnos con lograr
que la gente cambie, o bien con buscar ansiosamente una fórmula para
deshacernos de la gente molesta. Pero
cuando actuamos de esa manera sólo estamos evadiendo el problema de fondo; y
peor aún, estamos inconscientemente culpando a Dios, pues si creemos que el
problema está allá afuera, significa o bien que Dios lo provocó, o que no lo
quiso evitar. Y si el responsable de todo aquello que nos está afectando
negativamente no somos nosotros mismos, significa que Dios es completamente
injusto con nosotros.
En cambio, si tomamos una actitud de fe en un Dios justo y
diligente, debemos obligadamente asumir que: Las cosas son tal como deben ser, y que Dios hace todo lo que está en
sus manos para que seamos completamente felices. Desde esa perspectiva,
cuando no somos completamente felices, la única posibilidad que existe es que
nosotros seamos 100% responsables de todo aquello que ocurre en nuestras vidas
que no nos parece ideal.
Si aceptamos esta simple verdad, entonces enfrentaremos las
cosas de una manera completamente distinta.
Cada vez que nos ‘ocurra’ algo supuestamente ‘negativo’ debemos partir
de la base que aquello es sin lugar a dudas: lo mejor que nos podía ocurrir. Pues todo la Creación está bajo la
voluntad de Dios, y si lo que está ocurriendo no fuera lo ideal, él simplemente
no lo habría permitido. Por lo tanto, lo
primero que debemos hacer para enfrente la vida desde la fe es: aceptar completamente todo lo que nos ocurre
con la convicción de que es lo mejor que nos puede ocurrir.
Descartando de plano la absurda e infantil idea de que Dios
castiga o enseña a golpes, sólo nos queda una alternativa para explicar una
mala experiencia: Algo estamos haciendo que obliga a Dios a permitir que experimentemos
una situación desagradable. Pero no debemos ver esto como un “Castigo
de Dios”, sino simplemente como la consecuencia del ‘mal uso’ de nuestro ‘libre
albedrío’. Y digo ‘mal uso’, partiendo
de la base de que NO queremos tener experiencias dolorosas (aunque debemos
aceptar que hay mucha gente que considera intrínsecamente positivas las
experiencias dolorosas y están en todo su derecho), sin embargo, creo que el dolor debemos considerarlo
valioso sólo como un mensajero que viene a señalarnos que estamos cometiendo un
error; y que de alguna manera, estamos yendo en contra de nuestra naturaleza,
que es el amor.
Demás está decir que durante todo este proceso nuestro ego
intentará por todos los medios impedir que nos deshagamos de la culpa (que es
su gran recurso para mantenernos separados).
Lo primero que el ego hará es convencernos de que la “culpa” de nuestros
problemas la tiene otro, para que así no veamos mayor problema en conservarla.
Luego usará nuestra baja autoestima (producto del profundo desprecio que sentimos
hacia todo el daño que, de alguna manera, intuimos que nos hemos hecho a
nosotros mismos a lo largo de toda nuestra existencia) como energía para
condenar y mantener alejado de nosotros a ese otro, que supuestamente, es el
culpable de nuestros sufrimientos.
Si a pesar de este astuto truco del ego, tenemos la claridad
de comprender que somos el único artífice y responsable de todas nuestras desdichas
(Dios es el responsable de nuestra dicha), entonces el ego, habiendo perdido el
truco de proyectar la culpa afuera (donde no la podemos deshacer), intentará su
última artimaña desesperada: nos hará creer que todos los errores que hemos
cometido durante nuestra vida, no son en realidad simples errores que deben y
pueden ser corregidos, sino otra cosa, oscura y siniestra llamada: “PECADO”, y
aunque es una invención suya, el ego nos dirá que fue Dios quien lo inventó y
que sólo él, cuando su capricho se lo indique, quizá considere la idea de
deshacer esta gran maldición que decidió imponer sobre la humanidad.
Y para que creamos lo increíble, el ego nos mostrará
escrituras que llamará “sagradas” , donde “consta” que la maldición del pecado
es un invento de Dios, y para colmar su perversión, nos mostrará en esas mismas
escrituras, que sólo Dios tiene el poder de anular los “pecados”… y sin embargo, nosotros seguiremos cada día
experimentando el agobiante peso de los nuestros. ¿Por qué?
O bien, porque Dios es un fraude, o bien porque no somos lo suficientemente valiosos y dignos
para entrar entre los “elegidos” a los cuales se les puede perdonar. O en el mejor de los casos, el ego nos dirá
que quizá Dios nos perdonará en un incierto futuro. Por lo tanto, por ahora podemos perder toda
esperanza, pues no tenemos absolutamente nada que hacer al respecto. Y si se nos cruza por la mente que lo único
que podemos hacer es rogar a Dios para que nos perdone, entonces podremos pasar
de rodillas el resto de nuestras atribuladas vidas, sólo para comprobar que la
lamentable imagen que el ego nos presenta de Dios parece ser cierta. Recordemos que el ego es como un maligno
virus que se instaló en nuestra mente para intentar deshacer la Unidad de la
que gozamos con Dios, y no escatimará ningún recurso para conseguirlo.
Si por el contrario, nos decidimos por la fe, tal como nos
la enseñó Jesús, entonces nos podremos aferrar a nuestra sabiduría interna, y
recordaremos que Dios es sólo amor, que su amor es incondicional, que Él no
condena de ninguna forma; y por lo tanto, no tiene nada que perdonar. De hecho
comprenderemos que no puede hacer nada por nosotros que no esté haciendo
ya. Debemos comprender que no existe
mezquindad en Dios, por lo tanto, cuando nos creó, nos lo dio absolutamente
todo y nunca ha dejado de hacer todo lo que su infinito poder puede hacer por nosotros.
Si comprendemos esto,
estaremos en condiciones de asumir que (al elegir al ego) somos los únicos
responsables de todos nuestros problemas. Entonces: ¡La pelota está en nuestro lado!
¡Todo está en nuestras manos! ¡El Universo
depende de nosotros! Dios sólo
estableció la verdad perfecta, y solamente nosotros podemos deshacer lo que
aparentemente se opone a esa realidad perfecta, y sólo lo podemos hacer pasando
por alto todo aquello que parece contradecir al Reino de Dios. El hombre lo llama “Perdonar”, sin embargo,
es simplemente dejar de imaginar que existe lo que jamás existió. ¡Dios Es.
Nada más existe!
A modo de resumen práctico: cada vez que nos vemos envueltos
en una situación que consideramos no deseable,
si queremos enfrentarla en base a la fe, debemos:
1º Aceptar la situación como lo mejor que nos podía ocurrir.
2º Entender que si hay dolor, es una señal de que estamos
cometiendo un error.
3º Buscar de qué forma estamos pensando o actuando en contra
del amor.
4º Perdonarnos por el error (a nosotros y a todos los
aparentes involucrados).
5º Corregirlo (esto ocurrirá en forma natural si cumplimos
con el punto anterior).
Feliz Pascua de Resurrección, plena
de amor y paz junto a vuestras familias y amigos.
Afectuosamente,
Dalom
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