miércoles, 1 de abril de 2015

La Pascua, un buen momento para renovar la fe.

Cada vez que de una u otra forma nos quejamos de nuestra vida o nuestra situación, estamos manifestando nuestra falta de fe. Estamos diciendo que las cosas no deberían ser así, que alguien está haciendo las cosas mal.  Y es verdad, cuando no nos sentimos bien es porque alguien está cometiendo un error;  sin embargo, en vez de partir por preguntarnos cuál es el error que estamos cometiendo, nos concentramos de inmediato en analizar detalladamente la situación y nos lanzamos obsesivamente en busca de la forma para revertir las desagradables circunstancias en las que nos vemos envueltos, sin siquiera preguntarnos qué fue lo que hicimos para caer en el problema.  Esta actitud, que aparenta ser muy natural, es una clara muestra de nuestra falta de fe, pues partimos de la base que somos víctimas injustas de lo que los demás nos han hecho; y por ende, que estamos siendo víctimas de la incapacidad de Dios para librarnos del injusto trato que estamos recibiendo.

No digo que ante una circunstancia adversa no debamos desear que la situación cambie; sin embargo, es de vital importancia tener claro:  Qué es lo que debe cambiar. 
Supongamos que nos sentimos miserables porque estamos rodeados  de gente desagradable y desconsiderada.  Entonces, podemos obsesionarnos con lograr que la gente cambie, o bien con buscar ansiosamente una fórmula para deshacernos de la gente molesta.  Pero cuando actuamos de esa manera sólo estamos evadiendo el problema de fondo; y peor aún, estamos inconscientemente culpando a Dios, pues si creemos que el problema está allá afuera, significa o bien que Dios lo provocó, o que no lo quiso evitar. Y si el responsable de todo aquello que nos está afectando negativamente no somos nosotros mismos, significa que Dios es completamente injusto con nosotros.  

En cambio, si tomamos una actitud de fe en un Dios justo y diligente, debemos obligadamente asumir que: Las cosas son tal como deben ser, y que Dios hace todo lo que está en sus manos para que seamos completamente felices. Desde esa perspectiva, cuando no somos completamente felices, la única posibilidad que existe es que nosotros seamos 100% responsables de todo aquello que ocurre en nuestras vidas que no nos  parece ideal.    

Si aceptamos esta simple verdad, entonces enfrentaremos las cosas de una manera completamente distinta.  Cada vez que nos ‘ocurra’ algo supuestamente ‘negativo’ debemos partir de la base que aquello es sin lugar a dudas: lo mejor que nos podía ocurrir. Pues todo la Creación está bajo la voluntad de Dios, y si lo que está ocurriendo no fuera lo ideal, él simplemente no lo habría permitido.  Por lo tanto, lo primero que debemos hacer para enfrente la vida desde la fe es: aceptar completamente todo lo que nos ocurre con la convicción de que es lo mejor que nos puede ocurrir.  

Descartando de plano la absurda e infantil idea de que Dios castiga o enseña a golpes, sólo nos queda una alternativa para explicar una mala experiencia:   Algo estamos haciendo que obliga a Dios a permitir que experimentemos una situación desagradable.   Pero no debemos ver esto como un “Castigo de Dios”, sino simplemente como la consecuencia del ‘mal uso’ de nuestro ‘libre albedrío’.  Y digo ‘mal uso’, partiendo de la base de que NO queremos tener experiencias dolorosas (aunque debemos aceptar que hay mucha gente que considera intrínsecamente positivas las experiencias dolorosas y están en todo su derecho),  sin embargo, creo que el dolor debemos considerarlo valioso sólo como un mensajero que viene a señalarnos que estamos cometiendo un error; y que de alguna manera, estamos yendo en contra de nuestra naturaleza, que es el amor.  

Demás está decir que durante todo este proceso nuestro ego intentará por todos los medios impedir que nos deshagamos de la culpa (que es su gran recurso para mantenernos separados).  Lo primero que el ego hará es convencernos de que la “culpa” de nuestros problemas la tiene otro, para que así no veamos mayor problema en conservarla. Luego usará nuestra baja autoestima (producto del profundo desprecio que sentimos hacia todo el daño que, de alguna manera, intuimos que nos hemos hecho a nosotros mismos a lo largo de toda nuestra existencia) como energía para condenar y mantener alejado de nosotros a ese otro, que supuestamente, es el culpable de nuestros sufrimientos.    

Si a pesar de este astuto truco del ego, tenemos la claridad de comprender que somos el único artífice y responsable de todas nuestras desdichas (Dios es el responsable de nuestra dicha), entonces el ego, habiendo perdido el truco de proyectar la culpa afuera (donde no la podemos deshacer), intentará su última artimaña desesperada: nos hará creer que todos los errores que hemos cometido durante nuestra vida, no son en realidad simples errores que deben y pueden ser corregidos, sino otra cosa, oscura y siniestra llamada: “PECADO”, y aunque es una invención suya, el ego nos dirá que fue Dios quien lo inventó y que sólo él, cuando su capricho se lo indique, quizá considere la idea de deshacer esta gran maldición que decidió imponer sobre la humanidad.  

Y para que creamos lo increíble, el ego nos mostrará escrituras que llamará “sagradas” , donde “consta” que la maldición del pecado es un invento de Dios, y para colmar su perversión, nos mostrará en esas mismas escrituras, que sólo Dios tiene el poder de anular los “pecados”…  y sin embargo, nosotros seguiremos cada día experimentando el agobiante peso de los nuestros.  ¿Por qué?  O bien, porque Dios es un fraude, o bien porque  no somos lo suficientemente valiosos y dignos para entrar entre los “elegidos” a los cuales se les puede perdonar.  O en el mejor de los casos, el ego nos dirá que quizá Dios nos perdonará en un incierto futuro.  Por lo tanto, por ahora podemos perder toda esperanza, pues no tenemos absolutamente nada que hacer al respecto.  Y si se nos cruza por la mente que lo único que podemos hacer es rogar a Dios para que nos perdone, entonces podremos pasar de rodillas el resto de nuestras atribuladas vidas, sólo para comprobar que la lamentable imagen que el ego nos presenta de Dios parece ser cierta.  Recordemos que el ego es como un maligno virus que se instaló en nuestra mente para intentar deshacer la Unidad de la que gozamos con Dios, y no escatimará ningún recurso para conseguirlo.  

Si por el contrario, nos decidimos por la fe, tal como nos la enseñó Jesús, entonces nos podremos aferrar a nuestra sabiduría interna, y recordaremos que Dios es sólo amor, que su amor es incondicional, que Él no condena de ninguna forma; y por lo tanto, no tiene nada que perdonar. De hecho comprenderemos que no puede hacer nada por nosotros que no esté haciendo ya.  Debemos comprender que no existe mezquindad en Dios, por lo tanto, cuando nos creó, nos lo dio absolutamente todo y nunca ha dejado de hacer todo lo que su infinito poder puede hacer por nosotros.

Si comprendemos esto,  estaremos en condiciones de asumir que (al elegir al ego) somos los únicos responsables de todos nuestros problemas. Entonces: ¡La pelota está en nuestro lado! ¡Todo está en nuestras manos!  ¡El Universo depende de nosotros!   Dios sólo estableció la verdad perfecta, y solamente nosotros podemos deshacer lo que aparentemente se opone a esa realidad perfecta, y sólo lo podemos hacer pasando por alto todo aquello que parece contradecir al Reino de Dios.  El hombre lo llama “Perdonar”, sin embargo, es simplemente dejar de imaginar que existe lo que jamás existió.  ¡Dios Es.  Nada más existe!  

A modo de resumen práctico: cada vez que nos vemos envueltos en una situación que consideramos no deseable,  si queremos enfrentarla en base a la fe, debemos:

1º Aceptar la situación como lo mejor que nos podía ocurrir.
2º Entender que si hay dolor, es una señal de que estamos cometiendo un error.
3º Buscar de qué forma estamos pensando o actuando en contra del amor.
4º Perdonarnos por el error (a nosotros y a todos los aparentes involucrados).
5º Corregirlo (esto ocurrirá en forma natural si cumplimos con el punto anterior).

Feliz Pascua de Resurrección, plena de amor y paz  junto a vuestras familias y amigos.

Afectuosamente,


Dalom

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