viernes, 17 de abril de 2015

“Si crees en la suerte, es obvio que no crees en Dios. Al menos no en un Dios decente”.


Todo creyente en Dios que piense que la buena fortuna es simplemente algo aleatorio, al azar, que no obedece a ninguna causa, está en serios problemas, pues sin darse cuenta ha llegado a creer en un dios inútil, mediocre, chambón; o peor aun, uno definitivamente cruel y sádico. Son las únicas alternativas que justificarían que un dios todopoderoso dejara la suerte de sus hijos entregada al caos total, o peor, a sus antojadizos caprichos. Lo que el hombre normalmente llama ‘suerte’ es una forma infantil de referirse al patrón general de circunstancias que una persona suele producir en su vida y que son resultado de una compleja cadena de causas y efectos que involucran todos los pensamientos, actitudes y decisiones que la persona va tomando en su vida. Este proceso, sin duda, está más allá de la capacidad de visión y entendimiento cabal por parte del hombre, y es por eso que la gente en general simplemente etiqueta el resultado final de este proceso como buena o mala fortuna. 

Para transformar nuestra vida en una sucesión de situaciones que comúnmente llamaríamos ‘afortunadas’ es fundamental que dejemos de creer en la suerte como un resultado del azar o bien un capricho de Dios. Para tomar control sobre nuestra vida debemos comprender dos cosas: En primer lugar: que todo lo que nos ocurre es el efecto de una causa; y en segundo lugar: que somos nosotros mismos los que provocamos esa causa.

Si somos capaces de entender que el Universo dejado al caos y al azar es absolutamente inviable, entonces será fácil deducir que todo lo que ocurre tiene que ser el efecto perfectamente correspondiente a una causa precisa .
En cuanto al segundo punto es mucho más difícil de entender y aceptar, pues implica el reconocimiento de que todo lo que ocurre en nuestras vidas tiene su causa en nosotros mismos. Siempre será más fácil culpar al destino o la mala suerte o incluso a Dios de todo lo malo que nos ocurre, que asumir nuestra responsabilidad. O dicho de otra manera la auto-responsabilidad. 

¿Qué nos falta para reconocer que la auto-responsabilidad es la única respuesta a los males que nos aquejan?

Parece quedar una sola alternativa a la auto-responsabilidad. Decir que no somos nosotros, ni Dios ni el caos los responsables de nuestras miserias sino ‘los otros’. Es posible que esta explicación ya comience a sonar absurda en el contexto de estas reflexiones, pero debemos reconocer que es la más común de todas y de hecho es la que la sociedad en general ha adoptado como su gran paradigma. Es cosa de ver las noticias o escuchar los comentarios de la gente en todas partes, para constatar que lo que impera son historias de pobres inocentes que han sido víctimas de otros desalmados. ¿Y por qué?  Por pura mala suerte...  Entonces, ¿qué explicación tenemos para esto?  La gente más básica no tiene ninguna. La gente un poco más reflexiva dice que este es el precio que se debe pagar para que opere el libre albedrío. Lo cual en realidad significa que Dios no tiene la capacidad ni los recursos para combinar el libre albedrío con la justicia; lo que a su vez significa que Dios es simplemente un chambón. Alguien podrá alegar que Dios ya hará justicia en el Cielo. Lo que equivaldría a decir que Dios al menos tiene algunas cartas debajo de la manga, para paliar en el futuro las chambonadas que se ve obligado a cometer ahora. Estas cartas básicamente consistirían en una variedad de castigos y recompensas con lo cual las víctimas inocentes tendrán que darse por satisfechas y conformes por los horrores que han padecido, producto de haber vivido en un universo administrado por un dios de escasos recursos.

Después de esta simple reflexión creo que llegamos a la conclusión de que la ‘mala suerte’ es una superstición absurda e infantil. Para una persona muy elemental, la idea de la suerte es suficiente para justificar todo; cuando esa persona se desarrolla un poco más, ya no es sustentable culpar a la mala suerte; pero sí es muy válido culpar a los demás y a Dios; pues eso parece tener muchos más argumentos. Una vez que esa misma persona alcanza una amplia conciencia, también se vuelve insostenible para él culpar a los demás. Entonces, por fin asume la responsabilidad de su propia vida y se transforma en un creador de su propia realidad. Como vemos, todo es un problema de nivel de conciencia,  mientras más amplia es ésta, menos se cree en la suerte y más en la ley de Causa y Efecto.


Sé que aun quedan muchas preguntas en el aire. Todo el mundo tiene cientos de ejemplos en los cuales parece quedar totalmente demostrado que una persona es una víctima inocente, como el clásico ejemplo del niño que nace enfermo. Lamentablemente la explicación a estas situaciones es demasiado extensa y compleja para el formato de estas publicaciones; pero confío en que haya quedado sembrada la inquietud y que nos podamos encontrar en un contexto más adecuado para profundizar ésta y las otras materias que se tocan en términos muy sintéticos y hasta superficiales en este medio.       

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