“Si crees en la suerte, es obvio que no crees en Dios. Al menos no en un Dios decente”.
Todo creyente en Dios que piense que la buena fortuna es
simplemente algo aleatorio, al azar, que no obedece a ninguna causa, está en
serios problemas, pues sin darse cuenta ha llegado a creer en un dios inútil,
mediocre, chambón; o peor aun, uno definitivamente cruel y sádico. Son las
únicas alternativas que justificarían que un dios todopoderoso dejara la suerte
de sus hijos entregada al caos total, o peor, a sus antojadizos caprichos. Lo
que el hombre normalmente llama ‘suerte’ es una forma infantil de referirse al
patrón general de circunstancias que una persona suele producir en su vida y
que son resultado de una compleja cadena de causas y efectos que involucran
todos los pensamientos, actitudes y decisiones que la persona va tomando en su
vida. Este proceso, sin duda, está más allá de la capacidad de visión y
entendimiento cabal por parte del hombre, y es por eso que la gente en general
simplemente etiqueta el resultado final de este proceso como buena o mala
fortuna.
Para transformar nuestra vida en una sucesión de situaciones
que comúnmente llamaríamos ‘afortunadas’ es fundamental que dejemos de creer en
la suerte como un resultado del azar o bien un capricho de Dios. Para tomar
control sobre nuestra vida debemos comprender dos cosas: En primer lugar: que
todo lo que nos ocurre es el efecto de una causa; y en segundo lugar: que somos
nosotros mismos los que provocamos esa causa.
Si somos capaces de entender que el Universo dejado al caos
y al azar es absolutamente inviable, entonces será fácil deducir que todo lo
que ocurre tiene que ser el efecto perfectamente correspondiente a una causa
precisa .
En cuanto al segundo punto es mucho más difícil de entender
y aceptar, pues implica el reconocimiento de que todo lo que ocurre en nuestras
vidas tiene su causa en nosotros mismos. Siempre será más fácil culpar al
destino o la mala suerte o incluso a Dios de todo lo malo que nos ocurre, que
asumir nuestra responsabilidad. O dicho de otra manera la auto-responsabilidad.
¿Qué nos falta para reconocer que la auto-responsabilidad es
la única respuesta a los males que nos aquejan?
Parece quedar una sola alternativa a la
auto-responsabilidad. Decir que no somos nosotros, ni Dios ni el caos los
responsables de nuestras miserias sino ‘los otros’. Es posible que esta
explicación ya comience a sonar absurda en el contexto de estas reflexiones,
pero debemos reconocer que es la más común de todas y de hecho es la que la
sociedad en general ha adoptado como su gran paradigma. Es cosa de ver las
noticias o escuchar los comentarios de la gente en todas partes, para constatar
que lo que impera son historias de pobres inocentes que han sido víctimas de
otros desalmados. ¿Y por qué? Por pura
mala suerte... Entonces, ¿qué explicación
tenemos para esto? La gente más básica
no tiene ninguna. La gente un poco más reflexiva dice que este es el precio que
se debe pagar para que opere el libre albedrío. Lo cual en realidad significa
que Dios no tiene la capacidad ni los recursos para combinar el libre albedrío
con la justicia; lo que a su vez significa que Dios es simplemente un chambón.
Alguien podrá alegar que Dios ya hará justicia en el Cielo. Lo que equivaldría
a decir que Dios al menos tiene algunas cartas debajo de la manga, para paliar
en el futuro las chambonadas que se ve obligado a cometer ahora. Estas cartas
básicamente consistirían en una variedad de castigos y recompensas con lo cual
las víctimas inocentes tendrán que darse por satisfechas y conformes por los
horrores que han padecido, producto de haber vivido en un universo administrado
por un dios de escasos recursos.
Después de esta simple reflexión creo que llegamos a la
conclusión de que la ‘mala suerte’ es una superstición absurda e infantil. Para
una persona muy elemental, la idea de la suerte es suficiente para justificar
todo; cuando esa persona se desarrolla un poco más, ya no es sustentable culpar
a la mala suerte; pero sí es muy válido culpar a los demás y a Dios; pues eso
parece tener muchos más argumentos. Una vez que esa misma persona alcanza una
amplia conciencia, también se vuelve insostenible para él culpar a los demás.
Entonces, por fin asume la responsabilidad de su propia vida y se transforma en
un creador de su propia realidad. Como vemos, todo es un problema de nivel de
conciencia, mientras más amplia es ésta,
menos se cree en la suerte y más en la ley de Causa y Efecto.
Sé que aun quedan muchas preguntas en el aire. Todo el mundo
tiene cientos de ejemplos en los cuales parece quedar totalmente demostrado que
una persona es una víctima inocente, como el clásico ejemplo del niño que nace
enfermo. Lamentablemente la explicación a estas situaciones es demasiado
extensa y compleja para el formato de estas publicaciones; pero confío en que
haya quedado sembrada la inquietud y que nos podamos encontrar en un contexto
más adecuado para profundizar ésta y las otras materias que se tocan en
términos muy sintéticos y hasta superficiales en este medio.